Encontrarnos con una pared de ladrillos frente a frente no es en absoluto extraño. A veces de sopetón o a veces viéndolas "venir". Pero siempre hay una puerta, o una oquedad por la que atravesar el tabique y cruzar al otro lado. Y lo que hallamos al otro lado puede ser más agradable o quizás menos que lo que estamos pisando, pero es un riesgo que hemos de asumir cuando decidimos enfrentarnos a una pared que aparece ante nosotros.
El problema mayor se presenta cuando la pared que nos ponen nuestros semejantes ante nosotros es invisible, y nos cuesta descubrir la rendija por la que atravesarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario